lunes, 7 de febrero de 2011

A veces es muy poco.

    Nadia escapaba dentro de sus ojos. Estaba a su lado. Acariciaba a su perro, mientras lo miraba fijamente. Pero él no. Él no la veía; sí la miraba, pero sólo diferenciaba su contorno. Su pelo, únicamente, sobresalía como iluminando un cuadro desgastado. Apenas diferenciaba su remera roja del sillón homocromático. Sin embargo, ella estaba. Tan humana y persona como él; quizá más persona aún, aunque su perfección la alejaba de lo humano.
    Quizo descubrir una mirada en esos indescifrables borrones de la cara de Nadia. Miró a pupi, el perro, callado; tranquilo - de la misma manera en que los animales se comportan antes de un terremoto o alguna catástrofe -. Volvió su mirada a ella. La noche tranquila, se silenciaba dentro del living. Ni el cantar de un grillo, ni los autos que sí pasaron por la calle, se escuchaban.
    Los dos se miraban fijamente. Ninguno soltaba palabra alguna. La lámpara apuntando a ella resaltaba su forma. Él permanecía oscuro. De vez en cuando entraba un viento por la ventana, que corría hasta la cocina. En esos momentos el living cobraba vida; sólo sus cosas, las llaves apoyadas sobre un par de billetes sonaban como campanas. Ellos sostenían sus ojos.
    Nadia era perfecta, él no. Su ex-mujer no vivía, pero hubo de existir. Ella ignoraba su pasado, no le interesaba. Era feliz con él  y seguiría siéndolo. A él le dolía la consciencia. Había querido contarle sobre su esposa varias veces, pero su lenguaje era el silencio.
    No se resistió más. Corrió con el viento, hasta entrar en la cocina. Sin prender la luz, tomó de memoria un cuchillo de uno de los cajones. Lo sintió sucio, pero no le importó. No lo iba a usar para comer. ¿Sería acaso el mismo filo que terminó con la vida de su mujer? (Nadia quedó sola, en silencio, pupi también), supongo que nunca lo pudo saber.

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