jueves, 23 de agosto de 2012

Pensando, nada más.

Tirarse a la cama y pensar. Pensar en todo. Pensar en una charla del día, en el uso de palabras que no te convencían del todo y que al seguir pensando te convencen cada vez menos. Pensar en que la vida termina, pensar en sugerencias y obligaciones. Pensar en por qué todo es tan así y no tan de otra forma. Es que a veces (son horas, días o semanas, quizás más) quisiéramos que todo fuera tan de otra forma. Que despertarse sea ver una lágrima en el cielo y que eso no signifique lluvia sino que sea el sol que lloro. Entonces seguimos pensando y dijo “chau” pero no dijo “abrazo” o dijo “beso” pero no dijo “te quiero”. Entonces pensar clarifica las cosas, pero encandila. “Estaría mal ese día” pensás por dentro, pero por qué estaría así. ¿El día? ¿La familia? ¿Vos? Claro, vos. Y entonces pensar empieza a no hacer tan bien. Y entonces pensar se transforma en insomnio. De tanto pensar resulta que no te quiere, que no sos nadie para esa persona, que la vida termina y que tenés obligaciones que cumplir, pero que importa ya, no te quiere y eso es el insomnio. ¿Qué es lo que soy y que es lo que hago para que no me quiera? Soy lo que hago, pero entonces qué hago. No se qué hago, pero se que sale mal o que no sale como quiero, porque sino me querría. Sabemos entonces que no me quiere, que soy algo que no quiere, que no hago lo que quiere, que hago las cosas mal y que tengo obligaciones, pero qué importa ya, sólo queda levantarse de la cama y hacer las cosas de otra manera o simplemente no pensar más. Quizás sólo pienso mal, quizás sólo actúo mal, quizás haya que dejar de pensar, quizás haya que dejar de actuar o quizás simplemente haya que cambiar y dormir. Caer y levantarse, dormir y levantarse y así seguir.