domingo, 5 de octubre de 2014

Salvar al mundo

Napoleón, Revolución de mayo, Rio de la Plata, España. De todo ello hablaba. No es fácil mantener la atención de los muchachos de cuarto año y menos con Rocío Atisgüeña en la misma aula. Sin embargo la clase se mantenía dinámica y avanzaba sin tropiezos. Conquistas, victorias, muertes, reyes y reinas, Fernando VII, prisión. De golpe entró Matías Galli. Miró la sala panorámicamente, eligió un asiento entre todos y se sentó. En ningún momento me miró ni me saludó, pero a esa altura del día no hice escándalo por ello. Empezó a hablar como siempre: primero en voz baja subiendo el volumen progresivamente molestando a los que prestaban atención adelante y a los que dormían atrás. Sin embargo; asambleas, triunviratos, cabildo abierto, próceres; continuaba la clase y continuaba su charla, paralelamente. Algunos compañeros intentaban callarlo o me miraban a mí como reclamando que lo haga (sin ningún éxito), pero todo continuaba naturalmente. No me importaba que hiciera Galli, o al menos eso quería creer yo.
El fin de semana, un bar en Niceto Vega, antes de pasar avenida Belgrano; continuaba la charla. La veía cada vez más atenta y más entusiasmada lo cual me contagiaba. No podía parar. Debía seguir y lo lograría.
Revolución, Rey y reina, independizar la patria, salvar el mundo. La charla se convirtió en un batifondo, molesto en cierto nivel pero soportable. No se si por celos o por querer entender realmente la clase, el resto de los alumnos continuaban con sus reclamos de silencio. De todos modos decidí seguir sin interrupción alguna.
Las palabras seguían saliendo de mi boca. De golpe escuchaba alguna fecha o algún suceso importante para la historia, aunque nunca tan importante como el próximo sábado. Tenia que seguir, hacer que fluya y convencerla. No podía dejar de imaginarme con ella en ese barcito, hablando de lo que sea.
Lo miré a los ojos y me di cuenta que en esa charla estaba lo único que importa al fin y al cabo. La miré y me di cuenta que Rocío no podía dejar de mirarlo. Seguía mi exposición y no podía interrumpirlos. Se miraban y era más importante que cualquier cosa. Se enojaban y lo entendía pero ya estaba cerca. 
Alguna risa se le escapaba y eso me hacía feliz. Sus ojos no me paraban de mirar y yo me hipnotizaba con su iris, mirándole los labios cada tanto. Ya ni llegaba a escuchar las palabras del profesor, es que no eran importantes para mí (y sospecho que para él tampoco lo eran). Risa, Sábado 23 de agosto, bar Shawarma, a las 11 de la noche en Avenida Scalabrini Ortiz y Guardia Vieja, salvar la patria. 
"Galli y Atisgüeña a dirección a hablar con el director". Me levanté sin quejarme, agarré la mano de Rocío y me fui con ella, feliz. En la sonrisa cómplice del profesor pude ver que sabía que yo estaba salvando mi mundo. Los insultos del resto de los alumnos no los escuchaba, es que no eran importantes para mi, y sospecho que para nadie lo eran. Matías Galli salvó su mundo por esta semana. Salvé mi mundo este fin de semana.