lunes, 6 de julio de 2015

Mi orgullo

Hay que hacer las cosas para poder mirar a los ojos al chico que alguna vez fuimos y que se sienta orgulloso de nosotros mismos.

domingo, 5 de julio de 2015

Hoy soy Nicolás

Se despertó. No todos los días se despierta pero hoy se despertó. Hoy es un chico de 25 años. Hoy cree en el símbolo más que en el signo. El signo, esa convención social que establece que un significante tiene un significado determinado. Hoy cree en el juego simbólico más que en el juego reglado. Juego reglado, esa convención social que establece que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, que limita la potencialidad del acto y los determina. Hoy cree más en la no-fijeza, en lo no preestablecido, en el escape y la fuga. Hoy cree en la flexibilidad, en el movimiento, en la vida. Hoy se llama Nicolás. Es un chico de 25 años que fue un chico de 20 y uno de 28 y que será uno de 26 pero también uno de 6 años. Él no interpreta, el comprende. Comprender como el formar parte de eso que se está llevando a cabo, que está siendo. La diferencia entre el interpretar y el empaparse. El empaparse como un sumergirse y llenarse de eso que está en la acción, como un tenerlo en el cuerpo, llevarlo en uno mismo. Empaparse como esa agua que nos pesa, que hasta puede molestar, que cambia nuestro estado. El interpretar como mantenerse en un propio punto de vista separado de ese hecho. Nicolás lee Cortazar y cree ser un cronopio (y lo “es”, por lo menos hoy) y odiaría ser una esperanza o un fama. Se alegra, baila, se deja llevar pero también sabe lo que hace. Odiaría ver la vida pasar (la pasividad), ordenarla y esquematizarla, dejarla sin movimiento, dejar a la vida sin vida. Nicolás lee Borges y entonces es Funes y recuerda cada detalle de ese texto y de un tal Ignatius Reilly. También fue Winston Smith, Horacio Oliveira, Andrés Galván, Sherlock Holmes, el sombrerero y el conejo blanco. También lee Oliverio Girondo. Después de comer algo tiene que ir a la facultad. Tiene que ir, no tiene otra opción aunque eso no sea lo que él crea. De todas formas, él enfrenta lo cotidiano, la costumbre, la telaraña que intenta atraparlo. Entonces saluda al colectivero que pasa de llamarse “3,25” a llamarse “Hola, buen día”, “por favor” y “gracias”. Además, conoce el nombre de todos los colectiveros. Solo viéndole la cara puede conocer su nombre y aún más importante, conoce lo que ellos son variablemente, sus intensidades. Es un don propio de este chico de 25 años, un don propio de esta forma en la que hoy despertó. Los llama por su nombre y les pregunta como están. Muchos le responden y muchos solamente aprietan un botón, 3,25 y “el que sigue”. Otros lo ven como loco y en realidad no entienden su don. Es que en realidad no es solo con los colectiveros, él puede ver esto en todas las personas dentro del colectivo y fuera. Él sabe que el mundo en ese momento “se divide” entre los que están en el colectivo y los que están fuera para dentro de 30 minutos de viaje dividirse entre lo que están en la facultad y los que no para luego separarse nuevamente, demostrando así que en realidad siempre está en movimiento y no hay límites reales. Volviendo a lo de antes, él sabe que el que se sienta en último asiento se llama Rodrigo y tiene una novia a la que le quiere cortar pero no se anima. Sabe que Melina es el nombre de la chica que se sentó en el tercer asiento del costado derecho y que su vocación es cantar pero que “no da plata” que “mejor estudiá algo que sirva” que “no vas a llegar a ningún lado”. La potencialidad de lo posible anulada por la costumbre y el miedo. Él se da cuenta de todo. Diría que lo capta, pero no lo capta porque sigue fluyendo, sigue estando en todos lados, él simplemente se da cuenta de eso que está y fluye. Su gran secreto: mirar a los ojos. Solamente mira a los ojos. En ese mirar penetra y es la otra persona. Y es que ya nadie mira a los ojos.