domingo, 5 de julio de 2015

Hoy soy Nicolás

Se despertó. No todos los días se despierta pero hoy se despertó. Hoy es un chico de 25 años. Hoy cree en el símbolo más que en el signo. El signo, esa convención social que establece que un significante tiene un significado determinado. Hoy cree en el juego simbólico más que en el juego reglado. Juego reglado, esa convención social que establece que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, que limita la potencialidad del acto y los determina. Hoy cree más en la no-fijeza, en lo no preestablecido, en el escape y la fuga. Hoy cree en la flexibilidad, en el movimiento, en la vida. Hoy se llama Nicolás. Es un chico de 25 años que fue un chico de 20 y uno de 28 y que será uno de 26 pero también uno de 6 años. Él no interpreta, el comprende. Comprender como el formar parte de eso que se está llevando a cabo, que está siendo. La diferencia entre el interpretar y el empaparse. El empaparse como un sumergirse y llenarse de eso que está en la acción, como un tenerlo en el cuerpo, llevarlo en uno mismo. Empaparse como esa agua que nos pesa, que hasta puede molestar, que cambia nuestro estado. El interpretar como mantenerse en un propio punto de vista separado de ese hecho. Nicolás lee Cortazar y cree ser un cronopio (y lo “es”, por lo menos hoy) y odiaría ser una esperanza o un fama. Se alegra, baila, se deja llevar pero también sabe lo que hace. Odiaría ver la vida pasar (la pasividad), ordenarla y esquematizarla, dejarla sin movimiento, dejar a la vida sin vida. Nicolás lee Borges y entonces es Funes y recuerda cada detalle de ese texto y de un tal Ignatius Reilly. También fue Winston Smith, Horacio Oliveira, Andrés Galván, Sherlock Holmes, el sombrerero y el conejo blanco. También lee Oliverio Girondo. Después de comer algo tiene que ir a la facultad. Tiene que ir, no tiene otra opción aunque eso no sea lo que él crea. De todas formas, él enfrenta lo cotidiano, la costumbre, la telaraña que intenta atraparlo. Entonces saluda al colectivero que pasa de llamarse “3,25” a llamarse “Hola, buen día”, “por favor” y “gracias”. Además, conoce el nombre de todos los colectiveros. Solo viéndole la cara puede conocer su nombre y aún más importante, conoce lo que ellos son variablemente, sus intensidades. Es un don propio de este chico de 25 años, un don propio de esta forma en la que hoy despertó. Los llama por su nombre y les pregunta como están. Muchos le responden y muchos solamente aprietan un botón, 3,25 y “el que sigue”. Otros lo ven como loco y en realidad no entienden su don. Es que en realidad no es solo con los colectiveros, él puede ver esto en todas las personas dentro del colectivo y fuera. Él sabe que el mundo en ese momento “se divide” entre los que están en el colectivo y los que están fuera para dentro de 30 minutos de viaje dividirse entre lo que están en la facultad y los que no para luego separarse nuevamente, demostrando así que en realidad siempre está en movimiento y no hay límites reales. Volviendo a lo de antes, él sabe que el que se sienta en último asiento se llama Rodrigo y tiene una novia a la que le quiere cortar pero no se anima. Sabe que Melina es el nombre de la chica que se sentó en el tercer asiento del costado derecho y que su vocación es cantar pero que “no da plata” que “mejor estudiá algo que sirva” que “no vas a llegar a ningún lado”. La potencialidad de lo posible anulada por la costumbre y el miedo. Él se da cuenta de todo. Diría que lo capta, pero no lo capta porque sigue fluyendo, sigue estando en todos lados, él simplemente se da cuenta de eso que está y fluye. Su gran secreto: mirar a los ojos. Solamente mira a los ojos. En ese mirar penetra y es la otra persona. Y es que ya nadie mira a los ojos.


Si hablamos de secretos, Nicolás odia usar el “justificado” (¿qué es lo que hay que justificar al fin y al cabo?, ¿justificar bajo que criterio?) en Word. Para él es encasillar lo que escribe, darle un orden falso a algo, es ordenar el texto a una abstracción propia del hombre y no es la naturaleza misma del texto. Quizás el niño no pasa por una etapa anal, sino que el hombre determina que el niño pase por esa etapa anal. Los conceptos del hombre adaptan y capturan a la naturaleza incapturable, no la describen. El concepto de locura como captura del paciente en esa clasificación diría Riviere. Quedamos capturados en esos conceptos y no en la naturaleza del hecho, del desarrollo, de la acción. Somos coordinadores de la naturaleza. La naturaleza se ve capturada y manipulada por el hombre en su cientificidad. Así como no le gusta usar el “justificar” de Word, tampoco le gustan las palabras. Él no dice “amor” sino que dice “abuelo dándole un caramelo a un chico” o a veces “abrazo a una persona llorando”. “Tristeza” pasa a ser “plaza en invierno” o “fondito de una botella de 2 litros” No le gusta el signo, sino el símbolo. No le gusta el juego reglado sino el juego simbólico.

Hoy sube las escaleras de la facultad de medicina (ayer fueron las de filosofía y letras creo y mañana quizás es una estudiante de farmacia o un peludo oso de Canadá). Se sienta en el tercer banco de la tercera fila porque es tres de mayo y le gustó la idea de que todo sea un tres y de vencer lo cotidiano. Habla con algún compañero por el simple gusto de hablar con alguien. Llega el profesor y dicta una clase espectacular que lo aburre espectacular-mente (mente que sólo es espectadora, pasividad). Espectáculo que observa sin interactuar, sólo escribe lo que dictan y no piensa en nada. Hace silencio durante toda la clase, de hecho todos los compañeros hacen silencio. Hace silencio y sin embargo hay tanto para decir, pero ese silencio expresa tanto por lo menos para él. Ese silencio que expresa un nuevo punto de partida. Y de golpe se pone a pensar… “Hizo silencio”. El silencio se hace. El silencio como acción. “Todos los compañeros hacen silencio”. El silencio como complicidad. Como temor a ser roto. Esa clase como temor a ser rota. Ese espectáculo con temor a ser roto. Esos pensamientos, ese nuevo punto de partida que hay para decir acallado por el temor a quebrar esa clase, ese silencio y los propios pensamientos nuevos que nos sacan de la conformidad cotidiana. Temor, solamente temor a lo no-establecido, a lo no-fijo, a quebrar esos lazos que nos son tan cómodos, esas costumbres, esas cotidianeidad y ¿Cortazar dónde estás con tu toro rompiendo el ladrillo de cristal? Esos pensamientos con los que se puede agarrar esa telaraña y hacer un hermoso diseño o hacerla un bollo. Señor Galindez, esa telaraña te atrapó. Ese “bien” que no es el bien ni el mal. Esa lucha por un ideal que no es tu ideal sino el de otros, el de una sociedad. Ese hacer que no es tu hacer, sino que solamente portás y con tanta comodidad llevás por la vida, en el diario que lees todas las mañanas, en el café negro como esas torturas, en la amargura de ese café y de esa gente que sufre por vos y por un poder hegemónico (poder: ¿los que pueden?). Que llevás con tanta comodidad en la telaraña del vestirte con un uniforme para “trabajar” todos los días, en ese “3,25” al colectivero, en esa automatización de la vida. Cuanta tristeza y cuanta bronca. Cuanto movimiento adentro y entonces cuanta vida. Lágrimas como ese: “Que llueva aquí adentro, de que al fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas” de Cortazar (¿y qué importa si fue Cortazar quien lo dijo si no pertenece a él ni a nadie? Lo importante es que se haya dicho y que podamos transitarlo). Sentimientos, la no-indiferencia, la no-fijeza pero más bien la si-vida. Y esta clase se terminó por suerte y me llevo tres hojas escritas en mi cuaderno de apuntes y muchos pensamientos y vida. Y ahora que terminó la clase estoy aprendiendo y entonces, ¿estoy adentro o afuera? Es que “arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando no se sabe donde se está”. Y ya nada tiene sentido (y agradezco eso) ¿y es que estoy afuera o adentro de la clase, del conocimiento, del saber?, ¿cuál es el límite?, ¿lo hay?, ¿hablo en tercera persona o en primera persona?, ¿yo soy Nicolás? Yo soy Nicolás. Mañana quizás sea una botella y sienta lo que es ser chupado y estar lleno de líquido gaseoso o quizás sea una birome y sabré lo que se siente ser tocado y participar de ese baile con la hoja y los pensamientos. Mañana quizás sea Oliverio Girondo.


Mi hermano es Felipe. Él es Felipe todos los días. Él es alarma a las 7:15 a.m, café con leche, colectivo, trabajo, colectivo, facultad, subte, casa, comida, leer o ver televisión, dormir todos los días. Algún día puede haber paro y los colectivos no pasan por nuestra casa y por ningún lado. Esos días Felipe se siente totalmente perdido y no sabe que hacer, pierde el control y eso lo mata. Dice que no me entiende a mí que camino a la facultad por caminos diferentes a los de ayer, que camino al trabajo por Scalabrini Ortiz un día y por Araoz el siguiente. Mi hermano prefiere siempre escuchar las mismas canciones lo cual a mi me aburre en demasía. Le gusta el rock nacional y nada más. Nunca escuchó a Miles Davis, a Willy Crook o Jethro Tull. Su trabajo y carrera lo aburren espectacular-mente. Dice que es siempre lo mismo, que no para de estudiar, que quisiera terminar y trabajar de lo que realmente le gusta. Sin embargo no se da cuenta que lo viene diciendo desde siempre y que lo va a seguir haciendo hasta que aprenda a perderse en lo que hace. Esa pérdida de control que lo encuentra a uno con lo posible, con la intensidad, con el romper lo establecido y esquematizado. Él no sabe el nombre del portero al que saluda todos los días con un “Buen día” que adoptó repetitivo y sin-sentido. Realmente nunca deseó ese “buen día” que pronunció. En el trabajo es una máquina y nunca se planteó siquiera el cambiar el discurso de solución de problemas en el callcenter. Su firma es la misma todos los días. La birome ya está aburrida del mismo movimiento todos los días, cuanta “plaza en invierno”. Felipe y yo somos muy diferentes. Felipe no es más que uno más de esta sociedad. Representa el encierro de la vida de muchos más. Mi hermano es testimonio de un sistema que nos captura, es el portavoz de una voz colectiva. Él es el portavoz de los lazos, de lo alienante, de la nulidad del horizonte que Percia describe en lo neutro, de la falta de intensidad y la nulidad de lo potencialmente posible. Felipe y yo somos muy diferentes.

F.S

La producción fue escrita por mí a partir de un trabajo para la materia Grupos, Cátedra 2 (Percia). 

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