Se despertó. No todos los días se
despierta pero hoy se despertó. Hoy es un chico de 25 años. Hoy cree en el
símbolo más que en el signo. El signo, esa convención social que establece que
un significante tiene un significado determinado. Hoy cree en el juego
simbólico más que en el juego reglado. Juego reglado, esa convención social que
establece que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, que limita la
potencialidad del acto y los determina. Hoy cree más en la no-fijeza, en lo no
preestablecido, en el escape y la fuga. Hoy cree en la flexibilidad, en el
movimiento, en la vida. Hoy se llama Nicolás. Es un chico de 25 años que fue un
chico de 20 y uno de 28 y que será uno de 26 pero también uno de 6 años. Él no
interpreta, el comprende. Comprender como el formar parte de eso que se está
llevando a cabo, que está siendo. La diferencia entre el interpretar y el
empaparse. El empaparse como un sumergirse y llenarse de eso que está en la
acción, como un tenerlo en el cuerpo, llevarlo en uno mismo. Empaparse como esa
agua que nos pesa, que hasta puede molestar, que cambia nuestro estado. El
interpretar como mantenerse en un propio punto de vista separado de ese hecho.
Nicolás lee Cortazar y cree ser un cronopio (y lo “es”, por lo menos hoy) y
odiaría ser una esperanza o un fama. Se alegra, baila, se deja llevar pero
también sabe lo que hace. Odiaría ver la vida pasar (la pasividad), ordenarla y
esquematizarla, dejarla sin movimiento, dejar a la vida sin vida. Nicolás lee
Borges y entonces es Funes y recuerda cada detalle de ese texto y de un tal
Ignatius Reilly. También fue Winston Smith, Horacio Oliveira, Andrés Galván,
Sherlock Holmes, el sombrerero y el conejo blanco. También lee Oliverio
Girondo. Después de comer algo tiene que ir a la facultad. Tiene que ir, no
tiene otra opción aunque eso no sea lo que él crea. De todas formas, él
enfrenta lo cotidiano, la costumbre, la telaraña que intenta atraparlo.
Entonces saluda al colectivero que pasa de llamarse “3,25” a llamarse “Hola,
buen día”, “por favor” y “gracias”. Además, conoce el nombre de todos los
colectiveros. Solo viéndole la cara puede conocer su nombre y aún más
importante, conoce lo que ellos son variablemente, sus intensidades. Es un don
propio de este chico de 25 años, un don propio de esta forma en la que hoy
despertó. Los llama por su nombre y les pregunta como están. Muchos le
responden y muchos solamente aprietan un botón, 3,25 y “el que sigue”. Otros lo
ven como loco y en realidad no entienden su don. Es que en realidad no es solo
con los colectiveros, él puede ver esto en todas las personas dentro del
colectivo y fuera. Él sabe que el mundo en ese momento “se divide” entre los
que están en el colectivo y los que están fuera para dentro de 30 minutos de
viaje dividirse entre lo que están en la facultad y los que no para luego
separarse nuevamente, demostrando así que en realidad siempre está en
movimiento y no hay límites reales. Volviendo a lo de antes, él sabe que el que
se sienta en último asiento se llama Rodrigo y tiene una novia a la que le
quiere cortar pero no se anima. Sabe que Melina es el nombre de la chica que se
sentó en el tercer asiento del costado derecho y que su vocación es cantar pero
que “no da plata” que “mejor estudiá algo que sirva” que “no vas a llegar a
ningún lado”. La potencialidad de lo posible anulada por la costumbre y el
miedo. Él se da cuenta de todo. Diría que lo capta, pero no lo capta porque
sigue fluyendo, sigue estando en todos lados, él simplemente se da cuenta de
eso que está y fluye. Su gran secreto: mirar a los ojos. Solamente mira a los
ojos. En ese mirar penetra y es la otra persona. Y es que ya nadie mira a los
ojos.
Si hablamos de secretos, Nicolás
odia usar el “justificado” (¿qué es lo que hay que justificar al fin y al
cabo?, ¿justificar bajo que criterio?) en Word. Para él es encasillar lo que
escribe, darle un orden falso a algo, es ordenar el texto a una abstracción
propia del hombre y no es la naturaleza misma del texto. Quizás el niño no pasa
por una etapa anal, sino que el hombre determina que el niño pase por esa etapa
anal. Los conceptos del hombre adaptan y capturan a la naturaleza incapturable,
no la describen. El concepto de locura como captura del paciente en esa
clasificación diría Riviere. Quedamos capturados en esos conceptos y no en la
naturaleza del hecho, del desarrollo, de la acción. Somos coordinadores de la
naturaleza. La naturaleza se ve capturada y manipulada por el hombre en su
cientificidad. Así como no le gusta usar el “justificar” de Word, tampoco le
gustan las palabras. Él no dice “amor” sino que dice “abuelo dándole un
caramelo a un chico” o a veces “abrazo a una persona llorando”. “Tristeza” pasa
a ser “plaza en invierno” o “fondito de una botella de 2 litros” No le gusta el
signo, sino el símbolo. No le gusta el juego reglado sino el juego simbólico.
Hoy sube las escaleras de la
facultad de medicina (ayer fueron las de filosofía y letras creo y mañana
quizás es una estudiante de farmacia o un peludo oso de Canadá). Se sienta en
el tercer banco de la tercera fila porque es tres de mayo y le gustó la idea de
que todo sea un tres y de vencer lo cotidiano. Habla con algún compañero por el
simple gusto de hablar con alguien. Llega el profesor y dicta una clase
espectacular que lo aburre espectacular-mente (mente que sólo es espectadora,
pasividad). Espectáculo que observa sin interactuar, sólo escribe lo que dictan
y no piensa en nada. Hace silencio durante toda la clase, de hecho todos los
compañeros hacen silencio. Hace silencio y sin embargo hay tanto para decir, pero
ese silencio expresa tanto por lo menos para él. Ese silencio que expresa un
nuevo punto de partida. Y de golpe se pone a pensar… “Hizo silencio”. El
silencio se hace. El silencio como acción. “Todos los compañeros hacen
silencio”. El silencio como complicidad. Como temor a ser roto. Esa clase como
temor a ser rota. Ese espectáculo con temor a ser roto. Esos pensamientos, ese
nuevo punto de partida que hay para decir acallado por el temor a quebrar esa
clase, ese silencio y los propios pensamientos nuevos que nos sacan de la
conformidad cotidiana. Temor, solamente temor a lo no-establecido, a lo
no-fijo, a quebrar esos lazos que nos son tan cómodos, esas costumbres, esas
cotidianeidad y ¿Cortazar dónde estás con tu toro rompiendo el ladrillo de
cristal? Esos pensamientos con los que se puede agarrar esa telaraña y hacer un
hermoso diseño o hacerla un bollo. Señor Galindez, esa telaraña te atrapó. Ese
“bien” que no es el bien ni el mal. Esa lucha por un ideal que no es tu ideal
sino el de otros, el de una sociedad. Ese hacer que no es tu hacer, sino que
solamente portás y con tanta comodidad llevás por la vida, en el diario que
lees todas las mañanas, en el café negro como esas torturas, en la amargura de
ese café y de esa gente que sufre por vos y por un poder hegemónico (poder:
¿los que pueden?). Que llevás con tanta comodidad en la telaraña del vestirte
con un uniforme para “trabajar” todos los días, en ese “3,25” al colectivero,
en esa automatización de la vida. Cuanta tristeza y cuanta bronca. Cuanto
movimiento adentro y entonces cuanta vida. Lágrimas como ese: “Que llueva aquí
adentro, de que al fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas” de Cortazar
(¿y qué importa si fue Cortazar quien lo dijo si no pertenece a él ni a nadie?
Lo importante es que se haya dicho y que podamos transitarlo). Sentimientos, la
no-indiferencia, la no-fijeza pero más bien la si-vida. Y esta clase se terminó
por suerte y me llevo tres hojas escritas en mi cuaderno de apuntes y muchos
pensamientos y vida. Y ahora que terminó la clase estoy aprendiendo y entonces,
¿estoy adentro o afuera? Es que “arriba y abajo no quieren decir gran cosa
cuando no se sabe donde se está”. Y ya nada tiene sentido (y agradezco eso) ¿y
es que estoy afuera o adentro de la clase, del conocimiento, del saber?, ¿cuál
es el límite?, ¿lo hay?, ¿hablo en tercera persona o en primera persona?, ¿yo
soy Nicolás? Yo soy Nicolás. Mañana quizás sea una botella y sienta lo que es
ser chupado y estar lleno de líquido gaseoso o quizás sea una birome y sabré lo
que se siente ser tocado y participar de ese baile con la hoja y los
pensamientos. Mañana quizás sea Oliverio Girondo.
Mi hermano es Felipe. Él es Felipe
todos los días. Él es alarma a las 7:15 a.m, café con leche, colectivo,
trabajo, colectivo, facultad, subte, casa, comida, leer o ver televisión,
dormir todos los días. Algún día puede haber paro y los colectivos no pasan por
nuestra casa y por ningún lado. Esos días Felipe se siente totalmente perdido y
no sabe que hacer, pierde el control y eso lo mata. Dice que no me entiende a
mí que camino a la facultad por caminos diferentes a los de ayer, que camino al
trabajo por Scalabrini Ortiz un día y por Araoz el siguiente. Mi hermano prefiere
siempre escuchar las mismas canciones lo cual a mi me aburre en demasía. Le
gusta el rock nacional y nada más. Nunca escuchó a Miles Davis, a Willy Crook o
Jethro Tull. Su trabajo y carrera lo aburren espectacular-mente. Dice que es
siempre lo mismo, que no para de estudiar, que quisiera terminar y trabajar de
lo que realmente le gusta. Sin embargo no se da cuenta que lo viene diciendo
desde siempre y que lo va a seguir haciendo hasta que aprenda a perderse en lo
que hace. Esa pérdida de control que lo encuentra a uno con lo posible, con la
intensidad, con el romper lo establecido y esquematizado. Él no sabe el nombre
del portero al que saluda todos los días con un “Buen día” que adoptó
repetitivo y sin-sentido. Realmente nunca deseó ese “buen día” que pronunció.
En el trabajo es una máquina y nunca se planteó siquiera el cambiar el discurso
de solución de problemas en el callcenter. Su firma es la misma todos los días.
La birome ya está aburrida del mismo movimiento todos los días, cuanta “plaza
en invierno”. Felipe y yo somos muy diferentes. Felipe no es más que uno más de
esta sociedad. Representa el encierro de la vida de muchos más. Mi hermano es
testimonio de un sistema que nos captura, es el portavoz de una voz colectiva.
Él es el portavoz de los lazos, de lo alienante, de la nulidad del horizonte
que Percia describe en lo neutro, de la falta de intensidad y la nulidad de lo
potencialmente posible. Felipe y yo somos muy diferentes.
F.S
La producción fue escrita por mí a partir de un trabajo para la materia Grupos, Cátedra 2 (Percia).
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