jueves, 24 de junio de 2010

Barcos Quemados

La miraba fijamente. Ella me miraba a mi, penetrante. De vez en cuando yo dejaba de mirarla, me distraía, salía unos minutos a tomar un café, un poco de aire. ¿Qué pensaría Laura? Hace tanto que no tenía noticias suyas y ella, mirándome sobre la mesa del Living, con su mirada vacía y única, como si me traspasara.
Esto era un desastre, si no hacía algo pronto podría pasar cualquier cosa: Laura podría dejarme. Podrían despedirme del trabajo (la empresa del padre de Laura), hipotecar mi casa... O tal vez era algo bueno, un salvavidas en medio del mar.
Su piel, blanca y rugosa, cortante si uno se descuida. Recordé cuando en el colegio daban las notas de un examen. Iban en orden alfabético, comenzando por Abad, Álvarez, Arce, Arreti… El nudo en la garganta cuando la profesora iba pasando el dedo por la lista, esa lista invisible e interminable para nosotros. Ella provocaba en mí la misma sensación, esa sensación de vacío, de espectador expectante por saber que pasa en el último segundo de la película y después, los créditos. Y ella, solo decía “urgente”.
Durante esas semanas, todos los días fue lo mismo. El mismo proceso, el mismo ritual pagano. Me acercaba, tímidamente al living y la miraba, como escondido. Ella siempre con su mirada vacía, como expectante. Hacía eso dos o tres veces al día. Al despertarme, a media tarde y antes de acostarme.
Pero los últimos días fue ridículo. Iba a verla por lo menos ocho veces al día. Y cuatro eran a altas horas de la madrugada.

“No seas boludo, no puede ser tan grave” – Me decía Luís. Se ve que nunca estuvo en mi lugar. Era verla y reflejar mis miedos. Era como tener una caja de cosméticos marca “Pandora”, tamaño oficio.
Es curioso como a veces uno deja pasar las cosas, por miedo, por precaución o por pura pelotudez. Por mi parte fue más la última que las dos primeras.
A principio de mes llegaron ellos, los de la hipoteca, venían a llevarse los muebles, Laura vino a dejarme porque no le hablaba hacía semanas y pensaba que ya no la quería (¡Qué estupidez!) Y como consecuencia perdí el laburo de su viejo.
Es curioso como algunos barcos quemados, se vuelven naufragios, esas oportunidades que parecen detalles nada más, pero que si se pasan de largo son fatales. Y ahí me encontraba yo, en medio de mi casa desnuda, solo con esa puta carta que decía “urgente”.

Autor: Borsh Populi


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