martes, 31 de enero de 2012

Encerrado

Estoy yo encerrado de nuevo. Una vez más me encuentro atrapado en algún lugar. El lugar es verde y marrón como los ojos de varias personas que se detienen a mirar este lugar tan alto evadiéndome inconcientemente. Cierro los ojos y aún así siento el vértigo de toda una vida pasada. Abro los ojos y no puedo ver más que encierro. Son cuatro paredes hechas de vacío, parecen invisibles, pero yo las puedo sentir. Son barreras peores que simples ladrillos o barro. Es el precipicio. Incita a uno a saltar o a no moverse del lugar. No permite a uno ver hacia abajo por miedo, no permite a uno ver hacia arriba porque te lleva a la sensación de estar tan cerca del mismo cielo. Los costados no son opciones, nunca lo fueron ni lo serán. Prefiero el encierro de las cuatro paredes que dejan la ilusión de que hay algo más atrás, algo que nos pueda llegar a salvar. Barreras que nos dan la esperanza de que algo detrás de ellas nos busque, que algo de espacio nos dan. En el precipicio lo veo todo y todo suena a nada y a muerte. El aire se puede respirar por última vez o rezar, ¿y para qué rezar? Encerrado al aire libre, en la altura de los dioses de los que empiezo a desconfiar. Tan gigante, simples rocas que se juntan formando un claustro tan poco convencional. Tan gigante fue la vida que tuvo uno y la que tuviste. Tanto es lo que te extraño que ya voy para allá. Mirar para arriba y saltar para llegar al cielo, siempre antes tocando el áspero suelo con la fuerza del viento y del cuerpo que yacerá sin vida, pero con mi vida en nuestras manos.

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