lunes, 21 de agosto de 2017

Homero

Él era Bautista. Uno de los que se dice "chico bien". Tuvo una educación en un colegio privado con compañeros de clase media-alta y estudiaba en la Universidad con un futuro promisorio. Le gustaba la música, el cine, podía ir al teatro seguido y leía libros caros y modernos. Una serie, varios libros y alguna canción que otra lo hicieron querer parecerse a alguien más. Quería parecerse a un chico de barrio, que camina las calles de casas bajas cercanas a alguna Villa saludando a los vecinos y a los vagos. No sólo quería parecerse, quería ser. Su vida le parecía muy cómoda y por lo tanto injusta frente a tanta incomodidad ajena. Quería ser alguien que trabaje para poder llegar a fin de mes sin tener muchos lujos ni beneficios extras. Quería tener que hacerse sólo. Quería salir temprano de su casa para volverse muy de noche y cansado. Hasta quería sufrir alguna injusticia salarial. Quería ser Homero. Tanto quería que comenzó a llevarlo a cabo. Se mudó de barrio con poco y con lo que podía buscó un trabajo. De a poco se fue convirtiendo en lo que quería ser. Los días eran largos y agotadores. Los vecinos lo conocían y participaba de actividades en la organización barrial. Los fines de semana tenía suerte si podía comer algún asado. Cada tanto visitaba a su familia aunque era cada vez menos seguido ya que ellos le insistían a que vuelva a su estilo de vida anterior. Los domingos en la popular de la cancha (nunca más platea) del equipo de su barrio y algún sábado en algún bar con alguna cerveza de mala calidad. Y así él vivía contento. El tema acá es que él no era Homero. El tema es que nunca iba a ser Homero. Él pudo elegir. Él siempre podrá elegir.

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