miércoles, 11 de febrero de 2015

Animá al encadenado

El viejo cielo enfría una ciudad
Sin que puedas girar allí. 
Sin que puedas ser visto allí.
Sin saberlo, como tu recuerdo.

En un portal, las puertas de hoy y ayer
ahuyentan los cuerpos del cielo.
Aúlla el recuerdo de la ciudad y se quema
En forma alucinatoria, sin moverse.

Las ventiscas asoman en el alba roja.
Los planetas, viven en ellos, giran.
Ruidos incomprensibles en sombras se queman.
El humo ardiente de locura en la ventana.

Las caras de unos muñecos que pueden hablarme a mi espalda
caminan por la noche como si mi pensamiento
quisiese cristalizarse produciendo muebles en forma alucinatoria.

Arrogantes perros gimen a un dragón salpicando sus plumas.
La noche y los sirvientes duermen entre las piedras.
La luz salpica avaricia: agujero con sombras.
Un león sin ojos sacude el viento frío de la noche.

Mujer agazapada despide las ropas y tal vez ronde por la lluvia intensa.
Se mece desde la boca inmolada y llega a un mañana que no existe.
La noche; tiempo, sombras; despide días que vuelan sin cara
Eternidad inmantada en la espalda de la casa. La distancia es un caudal.


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