miércoles, 19 de enero de 2011

Cuando sea viejo no voy a querer que me den el asiento en el colectivo.

Hace mas o menos una semana volví a Buenos Aires con un brazo roto. En realidad no es nada, pero tengo que estar con eso que te lo sostiene (cabestrillo) durante un mes. Además, lo tengo puesto, pero no lo uso, es decir, lo dejo al costado y sigo tocando la guitarra o escribiendo en el blog.

Bueno el tema es que ayer tenía que ir a lo de un amigo, por lo que me tomé el colectivo. Al subir era todo normal: saludo al chofer, "uno veinte, por favor", y camino para el fondo. Cuando estaba ya a la altura de las puertas del medio, se asoma una cabeza desde el fondo con un grito, como llamándome.
Al principio miré para ver si era alguien conocido, pero no. Era una mujer de unos 50 años que se asomaba su mirada fijamente hacia mí. Intento descubrir si esos ojos eran dirigidos a otra persona, mirando alrededor mío, por si alguien le contestaba; pero, otra vez, no. Ahora era verdad, esa mujer trataba de comunicarse con migo. Volteo a observarla de nuevo. 
Descubro entonces que con las contorsiones, que en ese momento dibujaba la mujer mayor, deseaba "regalarme" su asiento. Desentendido, yo, desde la otra mitad del transporte le respondo que no lo quería. Estaba desconcertado: ¿por qué una mujer de su edad se había tomado la molestia de ofrecer su asiento?, ¿por qué a mí, un joven acostumbrado a viajar parado o sentado en la barra para discapacitados?. No lo entendía.
Pasado el momento incómodo, giro para agarrarme del caño (ya que iba parado). Entonces como por magia, se me revela la respuesta. Tenía el brazo colgando de un cabestrillo. Acostumbrado a mi padecer ni cuenta me había dado de que podía ser razón de viajar sentado en un transporte público. Sin embargo, no quería sentarme, mi problema no lo ameritaba, ya ni sentía dolor y podía mover mi brazo perfectamente; sólo no podía agarrarme de los caños con esa mano, pero tenía la otra por lo que no me molestaba.
Después de un tiempo, otra señora (un poco más joven que la otra, pero por lo menos diez años mayor que yo) me dice: "allá tenés un lugar vacío" - mientras señalaba un asiento en la primer fila -. También le digo que no lo necesito, le doy las gracias y continúo parado.
Al fin me bajo y voy a lo de mi amigo.
Pero la historia no terminaba. Tomé el mismo colectivo para volver a mi casa, ya un poco más de noche y el colectivo más lleno.Para acortarla, dos hombres también me pidieron que me siente en sus lugares durante el viaje. A ambos le respondí con una negación.

Ahora, no sé por qué, pero realmente me incomodó que me hallan ofrecido los asientos. Quizá porque eran personas mayores. Tal vez la idea de que sean mujeres quienes cedieran su comodidad por mí, aunque dos fueron varones. Por ahí no me gustaba hacer para a alguien sabiendo que yo no tenía inconvenientes para viajar parado.
Aún no encuentro la respuesta. Lo único que descubrí es que cuando sea viejo no voy a querer que me den el asiento, me va a incomodar, me voy a sentir molesto. Aunque voy a seguir ofreciendo el mío cuando viaje.

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